Ante la capilla consagrada a San Ramón Nonato, en la Catedral Metropolitana, se encuentra una mesa que debe pesar cientos de kilogramos. Sobre ella, los fieles católicos agregan día con día decenas de candados que entrelazan unos con otros y se llevan las llaves, las arrojan a la basura o en un caño, algunos seguramente las guardan en un cajón con las ganas de olvidarse de lo que representan.
Así cree la grey devota del santo que nació milagrosamente en el siglo 13 que las malas lenguas callarán, que las habladurías y los chismes dejarán de fastidiar sus vidas. Las intrigas que arrastran matrimonios, amistades y relaciones laborales pesan aún tanto en el imaginario de nuestro pueblo, cuando sería más sencillo callar la boca propia y dejar descansar al patrono de las parturientas en paz.
(Foto tomada en la capilla de San Ramón Nonato, Catedral Metropolitana, el 12 de diciembre de 2010).
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